Durante aproximadamente 250.000 años, la leche de fórmula no existió, y no se la echó de menos. La supervivencia humana dependía de la leche materna, una fuente natural y completa de nutrición infantil. La lactancia materna no era solo un método de alimentación; era fundamental para la supervivencia, la inmunidad y el vínculo afectivo del bebé. En sociedades pequeñas y basadas en el parentesco, la comunidad solía apoyar a las madres lactantes, y la nodriza era una solución generalizada cuando una madre no podía alimentar a su hijo.
El desarrollo de la fórmula infantil surgió recién en el siglo XIX. Fue impulsado por la revolución industrial, donde la vida de las personas comenzó a adaptarse a los horarios y turnos de trabajo en las fábricas. Como resultado, la leche materna comenzó a escasear para muchas trabajadoras de fábricas, ya que no podían alimentar a sus bebés a demanda. Si los bebés no se alimentan a demanda, la leche materna suele escasear. En 1865, el químico alemán Justus von Liebig creó la primera fórmula infantil comercial, combinando leche de vaca, harina de trigo y bicarbonato de potasio. Fue una innovación importante, pero distaba mucho de ser perfecta. Las primeras fórmulas carecían de los complejos componentes inmunológicos y nutricionales de la leche materna, y su uso a menudo provocaba desnutrición o enfermedades, especialmente donde escaseaba el agua potable.
A mediados del siglo XX, los avances en la ciencia alimentaria dieron lugar a fórmulas más refinadas y fortificadas, ofreciendo una alternativa viable a la leche materna en los países occidentales. Al mismo tiempo, las agresivas campañas de marketing, especialmente durante la posguerra y hasta la década de 1970, promocionaron las fórmulas infantiles como modernas y superiores. Para complementar esta estrategia, los médicos ayudaron a las compañías de fórmulas infantiles actuando como vendedores, promocionando las fórmulas infantiles a sus pacientes de la misma manera que algunos médicos promocionan los analgésicos. Muchas mujeres creyeron en esta agresiva estrategia de marketing y, como resultado, para 1970, la mayoría de las mujeres en Estados Unidos alimentaban a sus bebés con biberón.
Sin embargo, a principios de la década de 1970, las preocupaciones sanitarias, el movimiento feminista y la participación ambiental impulsaron de nuevo el interés por la lactancia materna. Casi la mitad de las madres del mundo amamantan a sus bebés durante los primeros seis meses de vida. Y, según la Organización Mundial de la Salud, esta cifra va en aumento.
El diseño original de la naturaleza sigue siendo inigualable. La leche materna se adapta en tiempo real a las necesidades del bebé, ofrece inmunidad pasiva y favorece el desarrollo del microbioma. Al igual que la sangre, no es posible replicar la leche materna. Sin embargo, la fórmula infantil cumple una función vital cuando la lactancia materna no es posible o no se elige, pero, en última instancia, es una solución tecnológica alternativa a un estándar biológico perfeccionado durante milenios.
El reciente resurgimiento de la defensa de la lactancia materna refleja un creciente reconocimiento de ello. Si bien la fórmula es una herramienta fundamental en la atención de la salud infantil, especialmente en situaciones de emergencia, su desarrollo es una respuesta relativamente reciente a los cambios sociales e industriales, y no un sustituto de la brillante evolución de la leche materna.




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